En la vertiente socioeconómica, se ha encontrado que, al ser la extracción de petróleo un proceso que puede ser fácilmente interrumpido por actores externos, la industria entiende como una ventaja el aislamiento de las zonas productivas; de ahí el esfuerzo legal para generar las zonas de exclusión, pero también el interés del gobierno mexicano por transformar la producción pesquera en acuacultura (Zalik 2013).Desafortunadamente, los planes de desarrollo que buscan propiciar la coexistencia pesca-petróleo han tenido una limitada eficacia en México, como sucedió con el Fondo de Reconversión Pesquera del Golfo de México (FIFOPESCA), implementado en 2004 para aminorar los efectos de las zonas de exclusión en las costas de Tabasco. Se ha encontrado que gran parte de estos programas sectoriales sufren problemas en su diseño, al existir un escaso entendimiento de las condiciones sociales de pobreza, las estrategias de subsistencia locales y el estado de los mercados y organizaciones de producción. La consecuencia es que se ha fomentado una creciente “industria de la reclamación” de subsidios entre los pescadores pues su percepción sobre la disminución de los recursos naturales es que se debe primordialmente a la actividad petrolera marítima (Liina-Maija y Nygren 2015).

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Palacios y colaboradores (2015) reconstruyeron la dramática coexistencia de la―alguna vez muy redituable―pesca del camarón rosado y del sector petrolero en el banco de Campeche, e identificaron tres etapas históricas:

1. Territorios en expansión (1940-1970): Predomina la actividad pesquera;

2. Territorios en competencia (1970-2000): Continúa la gran actividad pesquera e inicia el crecimiento de la actividad petrolera; excepto por los efectos del derrame del Ixtoc (1979), en ese entonces la coexistencia fue armónica; al terminar el periodo, el sector petrolero terminó sustituyó como actividad predominante al pesquero; y

3. Territorio en exclusividad y disputa (2000-actualidad): Hegemonía del petróleo y la casi total exclusión de la pesca.